Cuento
Ya en el mar, había solo un deseo en la mente del dragón: volver a ver a la bailarina bailar…
Caía la noche en aquel bosque frío de un lugar lejano… el dragón emitía sonidos desesperados, estaba hambriento, brotaba fuego de sus fauces, todos le temían. Era un ser monstruoso, de ojos agresivos y tamaño descomunal. Caminaba avanzando rápidamente; se dirigía a las ruinas de aquel castillo celta que, alguna vez gobernó un imperio y ahora, servía de refugio de una bestia espantosa.
Escuchó ruidos estando cerca, se extrañó… nadie se atrevía a entrar en su castillo! Luego entró y vio, justo en el medio del patio central, a una bailarina…se estaba moviendo al compás de una melodía armoniosa, su cuerpo le recordaba las hojas durante el otoño, guiadas por el viento, tan frágiles, tan livianas, así, igual, era ella…
Permaneció inmóvil unos minutos, procuraba no molestar a la bailarina ni siquiera con su respiración, la contenía. Su mente disparaba preguntas ágilmente: ¿Quién es? ¿Qué hace acá? ¿De dónde viene?
De momento, la música cesó… La bailarina se volteó y se percató de la presencia del espectador; no se movió, no habló, emitió una sonrisita nerviosa que, en realidad parecía un llanto mudo… Temblaba, estaba horrorizada, ¿Dónde se habría metido? Entonces, el deseo de huir se apoderó de ella y corrió tan rápido como le fue posible, huía, lloraba… se despertó.
No pudo dormir por un tiempo; a la semana concilió el sueño de nuevo. El sueño se repitió, el dragón era menos monstruoso esta vez, pero era el mismo. En el segundo sueño, no huyó, por el contrario, lo miró detenidamente… volvió a despertarse luego.
Durante la segunda visita, el dragón, por su parte, se alegró de verla. Sonrió, pero su sonrisa parecía desafiante, pensó que ella vendría todas las semanas a bailar en su castillo; le alegró la idea de verla más seguido.
Pasó un tiempo, semanas, meses, años… el dragón la esperaba con ansiedad, no la veía, la necesitaba, cerraba los ojos para recordarla, la imagen de la bailarina fija y nítida en su mente… la extrañaba; la amaba…
Ella se había olvidado de el, de su sueño, de todo… los humanos se olvidan de todo tan fácilmente…
Pero un día, la bailarina volvió… de nuevo bailaba en el patio central del castillo celta; sus movimientos eran más lentos ahora, pero igualmente hermosos. El dragón se emocionó tanto al verla que quiso nunca separarse de ella. Entonces abrió sus fauces y en un segundo, la devoró; la bailarina nunca se volvió a despertar.
Pasaban los días, el dragón sentía, de vez en cuando, a la bailarina bailando dentro de el… unas veces en su corazón, otras en su cabeza, esto lo hacía feliz!
Sin embargo, un buen día el dragón quiso verla de nuevo y se dio cuenta que ya no era posible. No sabía cómo sacarla de sí para poderla observar, y ahí, en ese preciso momento, se arrepintió de haberla devorado, así lo hubiera hecho por amor.
Entonces, el dragón abrió sus alas y voló hasta el mar, allí se dejó caer, sumergir, como una inmensa roca en un gran pozo. Quería estar con ella, como antes, como siempre, como nunca…
Ya en el mar, había un solo deseo en la mente del dragón: volver a ver a la bailarina bailar….
Caía la noche en aquel bosque frío de un lugar lejano… el dragón emitía sonidos desesperados, estaba hambriento, brotaba fuego de sus fauces, todos le temían. Era un ser monstruoso, de ojos agresivos y tamaño descomunal. Caminaba avanzando rápidamente; se dirigía a las ruinas de aquel castillo celta que, alguna vez gobernó un imperio y ahora, servía de refugio de una bestia espantosa.
Escuchó ruidos estando cerca, se extrañó… nadie se atrevía a entrar en su castillo! Luego entró y vio, justo en el medio del patio central, a una bailarina…se estaba moviendo al compás de una melodía armoniosa, su cuerpo le recordaba las hojas durante el otoño, guiadas por el viento, tan frágiles, tan livianas, así, igual, era ella…
Permaneció inmóvil unos minutos, procuraba no molestar a la bailarina ni siquiera con su respiración, la contenía. Su mente disparaba preguntas ágilmente: ¿Quién es? ¿Qué hace acá? ¿De dónde viene?
De momento, la música cesó… La bailarina se volteó y se percató de la presencia del espectador; no se movió, no habló, emitió una sonrisita nerviosa que, en realidad parecía un llanto mudo… Temblaba, estaba horrorizada, ¿Dónde se habría metido? Entonces, el deseo de huir se apoderó de ella y corrió tan rápido como le fue posible, huía, lloraba… se despertó.
No pudo dormir por un tiempo; a la semana concilió el sueño de nuevo. El sueño se repitió, el dragón era menos monstruoso esta vez, pero era el mismo. En el segundo sueño, no huyó, por el contrario, lo miró detenidamente… volvió a despertarse luego.
Durante la segunda visita, el dragón, por su parte, se alegró de verla. Sonrió, pero su sonrisa parecía desafiante, pensó que ella vendría todas las semanas a bailar en su castillo; le alegró la idea de verla más seguido.
Pasó un tiempo, semanas, meses, años… el dragón la esperaba con ansiedad, no la veía, la necesitaba, cerraba los ojos para recordarla, la imagen de la bailarina fija y nítida en su mente… la extrañaba; la amaba…
Ella se había olvidado de el, de su sueño, de todo… los humanos se olvidan de todo tan fácilmente…
Pero un día, la bailarina volvió… de nuevo bailaba en el patio central del castillo celta; sus movimientos eran más lentos ahora, pero igualmente hermosos. El dragón se emocionó tanto al verla que quiso nunca separarse de ella. Entonces abrió sus fauces y en un segundo, la devoró; la bailarina nunca se volvió a despertar.
Pasaban los días, el dragón sentía, de vez en cuando, a la bailarina bailando dentro de el… unas veces en su corazón, otras en su cabeza, esto lo hacía feliz!
Sin embargo, un buen día el dragón quiso verla de nuevo y se dio cuenta que ya no era posible. No sabía cómo sacarla de sí para poderla observar, y ahí, en ese preciso momento, se arrepintió de haberla devorado, así lo hubiera hecho por amor.
Entonces, el dragón abrió sus alas y voló hasta el mar, allí se dejó caer, sumergir, como una inmensa roca en un gran pozo. Quería estar con ella, como antes, como siempre, como nunca…
Ya en el mar, había un solo deseo en la mente del dragón: volver a ver a la bailarina bailar….
Increíble el cuento... "emitió una sonrisita nerviosa que, en realidad parecía un llanto mudo..." Me encanta esta frase!! es increíble. la imagen de una sonrisa como llanto mudo es lo mejor. linita te felicito!
Hola. Bienvenida a esto de los blogs.
siempre me encanto esa historia, siempre.
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"Aqui te va el primer tomo de mi lobro de cuentos, mucha suerte aguirrinchi, Lina Quintero"
Mayo 2/03